El Concilio de Troyes y el más que entusiasta respaldo de San Bernardo, provocaron el éxito de la nueva Orden, ya consagrada como una Orden religiosa plena, en toda la Cristiandad.
"Un Caballero de Cristo es un cruzado en todo momento, al hallarse entregado a una noble pelea, frente a las tentaciones de la carne y de la sangre, a la vez que frente a las fuerzas espirituales del cielo. Avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a su derecha o a su izquierda, con el pecho cubierto de malla y el alma bien equipada con la fe. Al contar con estas dos protecciones, no teme a los hombres ni a demonio alguno”